Oh, el dinero. Para muchos de nosotros tan esquivo, tan elusivo. No imagino un método diferente para tasar el valor de las cosas, provisto que deban tenerlo, pero quisiera imaginarlo. Quisiera una alternativa.
Verán, tengo entendido que el valor del dinero circulante excede con creces el valor real de las cosas y, en ese caso, me parece que la función del dinero pierde su propósito original; y si dejamos al arbitrio de unos pocos fijar su valor, hacerlo fluctuar a su voluntad, se subvierte su naturaleza en favor de oscuros, ya longevos y, en la actualidad, digitales apetitos. El magnífico documental Zeitgeist advierte que, debido a esto último, debido a las triquiñuelas informáticas de los bancos del sistema de reserva federal norteamericano para aumentar nominal y cibernéticamente su capital con ocasión de los depósitos, el sistema en cuestión por esos lares tiene fecha de vencimiento, crónica de un muerte anunciada, lo que no me importaría mucho la verdad, que merecido se lo tienen, si no fuera por todos los demás, inocentes peones en las movidas de estos temibles tiburones del Norte, que vamos a sucumbir por la fe depositada (qué expresión más apropiada y, a la vez, impropia para el caso) en ciertos "principios" económicos que nunca consentimos adoptar y que similares escualos, nuestra propia versión criolla made in Chicago como punta de lanza, implementaron vendiendo nuestra maldita dependencia de aquél bajo cuerda y bajo costo. Su colapso, entonces, será el nuestro. Por si fuera poco, lamentablemente, la globalización económica hoy es un arma. Una que pone de rodillas a naciones enteras al amparo de la ley, hasta con magnánimas actitudes, pero fariseas intenciones, pues todo tiene un precio (provisto que deba tenerlo): no quiere dinero quien ya lo tiene todo.
El concepto de "libre empresa", que tan adecuado parece a la natural curiosidad e iniciativa humanas, hoy ha devenido en lápida del trabajador dependiente, o sea, la inmensa mayoría, pues la facilidad para constituir una sociedad comercial o razón social es inmoralmente utilizada por inescrupulosos "empresarios" para asestar un duro golpe al sindicalismo, última línea de defensa contra esta plutocracia galopante, del gobierno olvídense, multiplicando aquéllas ad infinitum cual monstruo de mil cabezas, una Hidra de Lerna corporativa más viva que nunca, una vez más triunfante mediante la artimaña, el resquicio y la artera puñalada por la espalda, tretas todas verdaderas piedras basales de las fortunas de muchos.
A nadie le es indiferente la frase "negocios son negocios", pero sí parece serlo la licencia a la Moral y a la Ética que se desprende de su lectura. No necesito subrayar la gravedad de esto precisamente en este momento de crisis y dada la presente envergadura de los conglomerados económicos; tamaño poder, muy por encima, creo yo, del de la vida y la muerte, no puede predecir nada bueno. No puedo cifrar mis esperanzas y anhelos de progreso para todos, absolutamente todos, en una conjunto de instituciones que tengan viciada de tal manera su base que se permiten excluir de las reglas del juego mercantil aquellas que constituyen la espina dorsal, quiéranlo o no, de nuestras sociedades; que se permiten excluir la buena fe, la decencia, la honra, el honor, la lealtad, el respeto, la dignidad, la verdad y la fe que dicen profesar de sus actividades, que se permiten despreciar tantos valores que todos los demás estimamos sagrados y por los cuales nos regimos por pingües beneficios que pagan un estilo de vida que no sé qué tan bueno puede ser si se obtiene en esas condiciones; que se permite excluir tan fácil y expeditivamente a sus trabajadores a la primera oportunidad en que la sacrosanta ganancia se ve amenazada, cuando esta mano de obra por cierto constituye el verdadero corazón del emprendimiento humano y la razón de su existencia en primer lugar; que se permite desafiar arrogante, cobarde, subrepticia e impunemente a la Naturaleza, arriesgando el pellejo de todos y de futuras generaciones, a mi juicio lo más vil entre vilezas, pues hablamos de sus propios hijos; que se permite, en definitiva, simplemente excluir, acción que tanto repudio naturalmente nos causa y que, ahora más que nunca, no nos podemos permitir como especie, y que los motiva, dado que el club Quid Pro Quo no puede ser menos que, justamente, exclusivo.
El problema que se suscita respecto de nuestro sistema monetario es que, en aras del libre desarrollo del comercio humano, permite la libre acumulación de riqueza, lo que tenía que convertirse, no me cabe duda, en esta carrera por juntar dinero que ha de arreciar, pues está cerca su fin, el cual supondrá una aterradora dictadura económica. No puede negársele a la megacorporación el derecho a crecer, como se le concede al pequeño y mediano empresario, aún si es a costa de éstos, escenario más que probable, lo que desalienta naturalmente la tan cacareada competencia - concepto éste, supuesto combustible de la estructura, que tanto se pensó redentor y que tiene, a mi entender, serios reparos -, desarticulando por principio al sistema completo. Claro, ¿quién querría y podría competir con gigantes? La lógica indica que sobrevendría un monopolio que nadie podría intervenir, que siempre fue lo que quisimos evitar en primer lugar.
En este estadio de la Humanidad y a riesgo de ser dramático, creo que estamos llegando a una encrucijada. Tarde o temprano, habrá que afrontar esta cuestión, algo deberá hacerse y una decisión tomarse, una que implique que el espíritu humano ya no transará más con la idea de ser transado.