jueves, 25 de junio de 2009

La Derecha en Chile


Sostengo, y lo seguiré haciendo, que la religión es y ha sido nefasta para el ser humano. Que el supuesto consuelo que dice ofrecer no resiste análisis frente a las barbaridades que no la divinidad, sino pequeños pecadores de carne y hueso que se proclaman sus representantes, han cometido en su nombre. Que la guía del buen obrar que alegan proveer, el faro ético que dicen alumbrar, enfin, que son la reserva moral de nuestra humanidad, no es sino una tapadera para las más criminales intransigencias y fundamentalismos. Esto, además de falaz, resulta arrogante, por decir lo menos. Cualquier persona que dice obrar en nombre de Dios es tildada de loca, pues todo el mundo conviene en que sólo un oligofrénico declararía que Dios le habla. ¿Por qué, entonces, se aceptan sin más ni más todos estos falsos profetas que gustan de la idolatría y que nos dictan los términos en que hemos de vivir nuestras vidas? Hay veces en que duele ser humano.
A mi no me vienen con cuentos: la Iglesia Católica no hubiese durado dos mil años si no hubiese sido dúctil en sus planteamientos y maleable según las circunstancias. Que su actual postura - rígida, inflexible, indolente y totalmente irreal -, que yo llamaría desesperada, es la única admisible dada su historia y antiguedad. Claro está que han usufructuado al máximo del temor ancestral y atávico del hombre a lo desconocido; que han exprimido a más no poder la noción de que "podría" existir un Infierno, que "podría" haber un Juicio Final, y que, en este contexto, en estas crueles circunstancias, más vale prevenir que curar (claro que no habría cura posible si usted se abandona al pecado). Es decir, apelan, irónicamente, a nuestra racionalidad para ganar más adeptos o fieles espirituales (fieles a qué, que no a Dios o Jesucristo, es lo que me gustaría saber: creo, sin embargo y con bastante más probabilidad, que pasa por un asunto semántico, al exigir, como la fe, fidelidad a toda prueba o, más bien, contra toda prueba). Yo no sé quién inventó la propaganda (ésa que siniestramente desinforma, y cuyo mejor ejemplo es Goebbels y su Ministerio de Propaganda en la Alemania Nazi), pero estoy seguro que la Iglesia Católica tiene mucho que decir al respecto.
Pues bien, tan o más nefasta que esta Iglesia, que de Iglesia (del latín ecclesía: asamblea) no tiene nada, ha sido la Derecha, que la ampara en todas sus desviaciones y despropósitos. Entérense, empresarios y patrones, latifundistas y ejecutivos, que la división entre Estado e Iglesia data del Siglo Decimonónico.
¿Qué defiende la Derecha que sea noble y altruista? ¿Los principios de la Iglesia? ¿A la gente? ¿Cuáles son los postulados que le dan viabilidad política, que le permiten ocupar un lugar, o un escaño si usted prefiere, en la Adminstración Pública o en el Parlamento? ¿Su carácter mesiánico, que, sin duda, atrae a quienes dicen pertenecer al "rebaño" de la Iglesia? Eso no sería Política, en todo caso, y deja mucho que desear que busquen votantes en los templos y parroquias. ¿A qué juegan estos pelafustanes, que gustan de imponernos sus "valores" a todos los demás, con una arrogancia y obcecación increíbles, propias de los peores talibanes islámicos, ésos que, estoy seguro, estos señorones de la Derecha consideran primitivos y cegados? Ustedes juegan a lo mismo, señoritos y señoritas, sólo que a nivel occidental: con una opinión pública pendiente de sus actos, prensa "libre" (esto todavía no es una broma porque subsiste la libertad de expresión) y oposición activa, lo que no quita que sus objetivos sean mezquinos y malvados. A los talibanes, por lo menos, los justifica su fanatismo religioso. La Derecha en Chile no puede, no podría decir lo mismo, no podrían razonablemente admitirlo. La Derecha en Chile no tiene principios, tiene intereses.
No me abandona la impresión de que todo emprendimiento de magnitudes, toda actividad medianamente rupturista de tradiciones, todo ajuste social a tono con los tiempos que corren debe superar esta barrera derechista, pequeña y miope, y que debe rendirse prueba de blancura y pleitesía a estos defensores de la vida a ultranza. Esto último es bastante odioso e irritante, pues la evidencia de sus propios actos demuestra lo contrario. ¿Defendían la vida en dictadura? Resulta particularmente horroroso constatar que se alejaron de Pinochet no porque asesinaba compatriotas, sino porque robaba. Esto se condice con el espíritu corporativista y empresarial que anima a esta gentuza. ¿Qué más podría decir?
Podría decir que, en el debate sobre la píldora del día después, los malditos parlamentarios que firmaron la petición al Tribunal Constitucional que, en definitiva, prohíbe su distribución en los consultorios y que, con ello, condenan a toda una generación a reproducir el sufrimiento y los errores de sus padres, ahora se desdicen por razones electorales que les cuesta disimular, todo ello por principios y valores heredados, trasplantados desde la religión que tanto adoran y que ni se permiten cuestionar. Es indignante que defiendan un pequeño óvulo fecundado, que puede llegar a término o no, como lo más sagrado, y que, a la vez, como parece desprenderse de sus discursillos, les importe un rábano la gestación sana de ese óvulo, su consiguiente nacimiento en condiciones óptimas, su crianza y educación posteriores y, si tiene suerte en esta selva de cemento y no sucumbe a las paupérrimas condiciones de vida de las clases media y baja, cuyo establecimiento ha alentado la derecha, que obtenga un trabajo digno y bien remunerado que le permita vivir bien y tranquilo, y no uno en donde lo exploten, le paguen muy poco, lo hagan trabajar en pésimas condiciones, tenga que boletear por obligación, no se pueda sindicalizar y lo despidan apenas reclame por lo que es justo. Hemos de suponer que estiman más importante la protección del instante de la fecundación que toda una vida de inseguridades e incertidumbres, que valoran más el amparar a un recién nacido o a un proyecto de éste que al adulto en que se convertirá, y socorrerlo en todas las vicisitudes y desafíos que le tocará enfrentar: tal visión de la "vida" no es sino hipocresía y pura ruindad. Si existe un Dios, jamás la habría aceptado.

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