lunes, 27 de febrero de 2012

Un saludo a Christopher Hitchens

Hace poco tiempo murió el gran polemista, ateo insigne y prolífico escritor Christopher Hitchens. Es una pena. Y lo es porque el mundo ha perdido uno de los más corajudos defensores de la razón, del sentido común, de la inteligencia como motor y guía de nuestros actos. El declarado enemigo de las religiones no paraba mientes con tal de desenmascarar los embustes y las supercherías de tipos abominables o, en el mejor de los casos, confundidos o inocentemente manipulados por otros, quienes lucían desconcertados cuando veían sus creencias de toda la vida siendo demolidas impecablemente con argumentos, a estas alturas, de todas clases, no solamente racionales. Me explico respecto de esto último, a efectos de persuadir a las personas de lo nefasto de la religión (católica, fundamentalmente, pero no sólo ella) como fenómeno: si no concedes crédito a la crítica racional-científica de la religión, que arguye que no se puede creer en algo sin pruebas de su existencia, también existe la crítica emocional de la religión, que plantea que existen ciertos aspectos religiosos que son muy nocivos para nuestro equilibrio emocional (la idea de Infierno, la posibilidad del sufrimiento eterno, el concepto mismo del Demonio, el celibato, la idea de una supervisión permanente de nuestros actos y pensamientos por parte de Dios, el pecado original, la confesión, etc, etc.). Si eso no basta, remitámonos a la crítica moral de la religión, que nos indica que aquélla ha vertido más sangre humana que cualquier otra causa en la historia de la humanidad (Inquisición, Cruzadas, persecuciones religiosas, para señalar lo más grave, sin considerar otros factores como la pederastia, los abusos sexuales, la opresión de la mujer, la supresión del conocimiento humano y, no menos repugnante, su autoproclamada superioridad moral). Y, por último, aboquémonos a la crítica financiero-económica de la religión, que centra su ataque en la falta de humildad de los miembros cupulares de las Iglesias, constituyendo el caso más flagrante la Iglesia Católica, que olvidó rápidamente aspectos esenciales de la doctrina cristiana y que, hoy, luce con total descaro joyas, lujosos automóviles y oficinas, residencias palaciegas, obras de arte por montones, influencia política y, por si fuera poco, una insólita reserva de conocimiento en los Archivos Secretos del Vaticano, los cuales contienen, no me cabe duda, toda una serie de información, digamos, "sensible", que nunca está de más poseer en caso de crisis.
Habida cuenta de todo lo anterior, me parece inconcebible que alguien siga suscribiendo algo tan intangible como la "fe" como algo sólido y beneficioso para sus vidas, como un dogma que uno debe atesorar porque "me hace ser mejor persona". Existen otros vicios asociados a la religión, como el que acabo de describir: la hipocresía moral, que me lleva a, primero, juzgar a otras personas sólo porque no creen en lo que yo creo y, segundo, lo que hemos dado en llamar "pontificar", esto es, ver en el otro faltas que uno no percibe en su propio comportamiento, en circunstancias que existen, dándoles un sermón insufrible de "gran estatura moral". Mi punto aquí es que la religión altera lo que podríamos denominar la brújula moral de una persona, pues, como bien y sucintamente señaló el premio Nobel de Física Steven Weinberg, "la religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas. Pero para que la gente buena haga cosas malas hace falta la religión". Por eso es tan necesario dar la pelea: porque este asunto ya no es trivial, como tampoco inofensivo, particularmente desde el incidente de las Torres Gemelas. Por nuestro futuro, constituye un imperativo moral desintoxicarnos de semejantes creencias, que han pesado demasiado tiempo en nuestras vidas y que, cierta y tristemente, nos han marcado.

So long, Mr. Hitchens: you are and will be missed!!

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