Me apasiona la Historia. El relato pormenorizado de grandes sucesos ancestrales, la narración que refiere los fascinantes derroteros de vidas pretéritas, me hace evocarlos vívidamente y puedo sentir el paso del tiempo. Leer sobre los enormes esfuerzos de nuestros antepasados ante circunstancias imposibles, sus empresas más difíciles, conocer sus sueños y ambiciones, ideas y miedos, en suma, sobre cómo el temple de la Humanidad ha sido puesto a prueba una y otra y otra vez y ha vencido, y cómo, también, ha fallado sangrienta y miserablemente, ha constituido un pasatiempo bastante inspirador, gratificante e instructivo. Vivimos sobre las ruinas de grandes hazañas y magnas epopeyas de hace muchísimo tiempo, que, las más de las veces, damos por sentado. Poder asistir al increíble y asombroso espectáculo de la supervivencia del hombre en la Tierra, examinar el legado y testimonio de su brutal y precaria existencia, es altamente recomendable, pues entraña no pocas lecciones.
Una de ellas, a mi modesto entender, es que nunca el homo sapiens se ha encontrado completamente solo frente a su razón. El triunfo humano sobre la adversidad puede explicarse por una serie de factores, donde lo supernatural, lo religioso, ha tenido un rol justificadamente decisivo: en un ambiente hostil que amenaza el propio ser, pleno de incertidumbres, donde el desaliento campea a sus anchas, pervive en el ser humano esa hambre de respuestas, esa sed de consuelo que lo hizo mirar al Cielo y encontrar la fuerza necesaria para seguir. Las complejas vicisitudes que le tocó experimentar no le dejaron otra opción.
Mas hoy podemos ver el distante pasado con cierta reflexión, y podemos apreciar cuán equivocados estaban en sus convicciones al respecto: este es el único juicio posible para una civilización que progresa, que se dice progresar en su más fiel acepción del término, y la prueba es patente. Largas y penosas centurias sumida en la oscuridad, la experiencia humana casi fue sofocada por ínfulas divinas, y el consuelo ya no fue tal. Siento rabia en el cuerpo y frío en el corazón al indagar en aquellos tiempos, y aún hoy observar, los indecibles abusos cometidos por los representantes de Dios en la Tierra, aquél que es amor.
Y advino la llamada Ilustración, también llamada Época de las Luces o Iluminismo. Los angloparlantes la denominan Age Of Reason; quizá con el mismo espíritu pragmático llamaron a la Temprana Edad Media como The Dark Ages. No deja de ser sugerente esta asociación de ideas entre razón-luz y religiosidad-oscuridad. Raciocinio y sentido común van concatenados, y el obrar con inteligencia, o el permitirle obrar, es un signo claro de luminosidad, porque es lo mejor de nosotros. Y el Hombre fue artífice de su destino, pues, para mí, esto significó la madurez del hombre occidental, tan dado a cruzadas y fe religiosa, que empezó a pensar por sí mismo, y, a su vez, a cuestionar lo que lo rodeaba. El mundo se abrió para él, y él se abrió al mundo: fue una liberación del yugo eclesiástico que alcanzó a la ciencia y a las manifestaciones artísticas. Hubo arte, así, a secas. Nuevas ideas, algunas radicales, se abrieron paso. La ciencia, libre de ataduras, pudo desempeñar su papel: explicar nuestro entorno con verdad y no mística, y proveer de conocimientos que fueran de utilidad para el bienestar de todos.
Esta época permitió que se volviese a confiar en el hombre, y que éste confiase en sí mismo, como ser capaz de determinar su presente y futuro, solo, ante el vasto Universo. Solo, como siempre "libre albedrío" se hubo de entender. Sobretodo, disipó el miedo paralizador, la culpa, el temor reverencial inoculado en las mentes y corazones de la feligresía: el Infierno ya no fue suficiente para controlar la masa, porque hombres ilustres y preclaros, con cierta autoridad, tendían a dudar de su existencia o, en el peor (¿mejor?) de los casos, hacían ver la manifiesta contradicción entre un Dios Padre amoroso y lo que un lugar como el Averno suponía para su imagen. Algo, se sentía, no andaba bien, y esto marcó el principio del fin, diría yo, de una larguísimo período en la historia humana de culto a lo sobrenatural, a una o varias divinidades, y que afectó, naturalmente, a su entonces "máximo exponente": la Iglesia Católica.
Porque, ciertamente, permitió que el escrutinio público y privado sobre sus actividades y elementos fundantes se acentuara. Y esto porque prácticas como la venta, algunas veces descaradamente pública, de cargos eclesiales e instituciones como la abominable Inquisición tuvieron su impacto, cómo no, en el sentir general de la sociedad, atacada transversalmente por este problema y casi herida de muerte. Resulta paradojal que la noción de inquirir sea diametralmente opuesta a la de fe, y que la misma naturaleza inquisitiva del hombre, verdadero motor de la ciencia, constituya en definitiva la base del movimiento secularizador que vino después y que, en la actualidad, ha alcanzado su punto álgido. El ateísmo hoy tiene su espacio en nuestra sociedad y lo ocupa por derecho propio.
A nuestra era se le ha dado en llamar Era de la Información; yo la llamo Neoluminismo o la Nueva Ilustración. Nunca antes la Razón ha brillado con más fuerza, nunca antes la Verdad ha tenido mejor pronóstico, nunca antes la superestructura vigente y esclavizante ha sido tan tenazmente amenazada y nunca antes nos hemos sentido más l i b r e s .
Muy simpática su exposición y respeto la vehemencia de sus postulados, pero es posible juzgar el pasado con los ojos de hoy… es posible decir que “X” persona es mala o esta equivocada porque en su niñez era malo o actuó de forma errónea? Seguiremos pensando como el antiguo Pueblo de Israel que “los pecados de los padres son heredados a sus hijos”?
ResponderEliminarSiempre he pensado que las cosas caen por su propio peso y que la justicia se aplica en el hoy, púes mirar al pasado para levantar la espada es un absurdo y lanzar la flecha al presente es tan peligroso como apuntar en la oscuridad… mas de algún inocente puede resultar herido. EL TIEMPO ES NUESTRO MEJOR JUEZ, PUES LA HISTORIA LA ESCRIBEN LOS GANADORES.
Mi estimado, creo que seria justo separar entre Divinidad e Institucionalidad, púes cada cual merece su juicio, tanto para la propia razón como para la colectividad pensante. No porque ciertos hombres ambiciosos y egoístas desvirtuaran la Divinidad así entendida y se las apropiaran monopólicamente quiere decir que ésta (divinidad) sea mala o errónea. Sería incongruencia magna no permitir creer… o acaso eso no es “libertitas hominibus”; la clave esta en cuan objetivo pensamos ser, pues al ser absolutitas se comete el mismo “pecado” de perseguidos a inquisidores… algo me huele mal aquí… debe ser que los extremos apestan siempre.
Y ya que la idea es ser “rupturistas”… porque no hablamos del ateísmo de hoy? No saben como disfruto escuchando a un ateo inteligente, de verdad que disfruto aquello… pero que decir de aquellos que se llaman ateos porque solo tienen ignorancia de “doctrina” de “Dios o dioses”, porque no tienen idea de religión e historia o porque simple y llanamente no les interesa en absoluto.
Creo, humildemente, que, tanto para ser ateo como para ser creyente se necesita de inteligencia suficiente, razón clara y recta conciencia y, por sobre todo, un profundo amor al ser humano; y resalto lo último porque en el ser humano se reflejan ambas realidades… la proyección de mi ser, la trascendencia (en el caso del creyente) y el valor de la existencia, la vida (en el caso del ateo. Apuntas ambas realidades a la magnificencia del hombre.
Y la verdad, es que creo que la razón no se contrapone a la fe (independiente del credo –no hablo de institución, ojo, solo de forma de enfrentar la divinidad-) pues una fe sin una minima razón es solo una imperativo, así como una razón sin libertad es una prisión material e insípida.
LAS COSAS CAEN POR SU PROPIO PESO.
Felicidades, buen trabajo!