miércoles, 15 de abril de 2009

M u j e r e s



Para Anita y Bárbara, mis pequeños amores y musas, con mucha devoción, esperanza y gratitud

Este tema es fundamental. Tiene tanta importancia en la encrucijada por venir como las otras decisiones que habrán de afrontarse si esta Humanidad desea perdurar. Las mujeres, nuestras madres y esposas, hijas, abuelas, primas, sobrinas, constituyen algo demasiado relevante como nuestra vida misma, caballeros, que ustedes son los que no entienden, son nuestra esencia, lo mejor de nuestra especie, las que realmente han moldeado, forjado y parido este mundo con verdadera inspiración, puesto que nosostros, los machotes, hemos estado en medio. Siempre las amaremos y necesitaremos, pero se las sigue despreciando y humillando por doquier, vil y cobardemente.

Esto no guarda relación con el reciente concepto de femicidio que se ha instalado en nuestra particular sociedad, que entiendo y comparto profundamente con dolor pero que, como hombre de ley, no puedo aceptar. No observo razón alguna para elevar la penalidad de un delito ya existente que lo sanciona, pues la vida es un bello y frágil presente y se nos ha dado a todos por igual. La vida de una mujer no es más valiosa que la de un hombre sino igualmente valiosa. Es esto lo que mis congéneres masculinos nunca han entendido en su única y trascendente dimensión: que seríamos un civilización mucho más avanzada y sapiente si ellas hubieran tenido su oportunidad al mando, como ya largamente se merecen. Por eso celebro que tengamos una Presidenta: por más que disienta de sus autocelebradas gestiones, nadie me quitará de la cabeza que incidentes como Curepto no hubieran tenido lugar con un Presidente, que jamás se osaría hacerle una cosa así a un hombre, meollo del asunto. Que se lo hayan hecho a nuestra Primera Mandataria, un hito histórico, lo hace aún más oprobioso y repugnante. Sin embargo, ya hemos empezado un viraje en el pensamiento que hace patente esta injusticia y que, a la postre, será vencida.

"Quisiera creer que hay un tiempo real, y que hombre y mujer pueden volverse a encontrar" dice Saiko en una de sus canciones. Nada más cierto, creo yo. Somos dos mitades de una misma entidad, de un cuerpo poéticamente celeste, como todo el Universo gusta de estructurarse y nos susurra, Ying y Yang, Bien y Mal, blanco y negro, pero de un negro que lo cubre todo, como una mitad sobredimensionada y sobrevalorada, que no cesa de imponerse. Y eso no puede ser, puesto que han sido Ellas, benditas ellas, las que nos han movido a actuar toda la existencia, nos han empujado a nuestro destino, a nuestro deber y razón, y nos han hecho entrar en ella también; las que llenan el concepto de amor y lo personifican; ellas, las creadoras de vida nada menos, que nos han inspirado y nos han insuflado de pura y ardiente pasión, esa misma que empleamos en nuestras mezquinas convicciones, algunas hasta religiosas, que reniegan de su valía, de su entereza, competencia, inmensa fortaleza y, ay! hombres necios!!!, hasta de su belleza. Basta de tanta crueldad retrógrada e insustentable, inaceptable y estúpida, de falsos dogmas que los guían a la autodestrucción, llevándoselas a ellas, inocentes, en el proceso: no les vaya a salir el tiro por la culata un día de éstos, y por cierto, más temprano que tarde. En eso confío, concita todo mi apoyo y ésa es mi apuesta.



domingo, 5 de abril de 2009

Money

Oh, el dinero. Para muchos de nosotros tan esquivo, tan elusivo. No imagino un método diferente para tasar el valor de las cosas, provisto que deban tenerlo, pero quisiera imaginarlo. Quisiera una alternativa.
Verán, tengo entendido que el valor del dinero circulante excede con creces el valor real de las cosas y, en ese caso, me parece que la función del dinero pierde su propósito original; y si dejamos al arbitrio de unos pocos fijar su valor, hacerlo fluctuar a su voluntad, se subvierte su naturaleza en favor de oscuros, ya longevos y, en la actualidad, digitales apetitos. El magnífico documental Zeitgeist advierte que, debido a esto último, debido a las triquiñuelas informáticas de los bancos del sistema de reserva federal norteamericano para aumentar nominal y cibernéticamente su capital con ocasión de los depósitos, el sistema en cuestión por esos lares tiene fecha de vencimiento, crónica de un muerte anunciada, lo que no me importaría mucho la verdad, que merecido se lo tienen, si no fuera por todos los demás, inocentes peones en las movidas de estos temibles tiburones del Norte, que vamos a sucumbir por la fe depositada (qué expresión más apropiada y, a la vez, impropia para el caso) en ciertos "principios" económicos que nunca consentimos adoptar y que similares escualos, nuestra propia versión criolla made in Chicago como punta de lanza, implementaron vendiendo nuestra maldita dependencia de aquél bajo cuerda y bajo costo. Su colapso, entonces, será el nuestro. Por si fuera poco, lamentablemente, la globalización económica hoy es un arma. Una que pone de rodillas a naciones enteras al amparo de la ley, hasta con magnánimas actitudes, pero fariseas intenciones, pues todo tiene un precio (provisto que deba tenerlo): no quiere dinero quien ya lo tiene todo.
El concepto de "libre empresa", que tan adecuado parece a la natural curiosidad e iniciativa humanas, hoy ha devenido en lápida del trabajador dependiente, o sea, la inmensa mayoría, pues la facilidad para constituir una sociedad comercial o razón social es inmoralmente utilizada por inescrupulosos "empresarios" para asestar un duro golpe al sindicalismo, última línea de defensa contra esta plutocracia galopante, del gobierno olvídense, multiplicando aquéllas ad infinitum cual monstruo de mil cabezas, una Hidra de Lerna corporativa más viva que nunca, una vez más triunfante mediante la artimaña, el resquicio y la artera puñalada por la espalda, tretas todas verdaderas piedras basales de las fortunas de muchos. 
A nadie le es indiferente la frase "negocios son negocios", pero sí parece serlo la licencia a la Moral y a la Ética que se desprende de su lectura. No necesito subrayar la gravedad de esto precisamente en este momento de crisis y dada la presente envergadura de los conglomerados económicos; tamaño poder, muy por encima, creo yo, del de la vida y la muerte, no puede predecir nada bueno. No puedo cifrar mis esperanzas y anhelos de progreso para todos, absolutamente todos, en una conjunto de instituciones que tengan viciada de tal manera su base que se permiten excluir de las reglas del juego mercantil aquellas que constituyen la espina dorsal, quiéranlo o no, de nuestras sociedades; que se permiten excluir la buena fe, la decencia, la honra, el honor, la lealtad, el respeto, la dignidad, la verdad y la fe que dicen profesar de sus actividades, que se permiten despreciar tantos valores que todos los demás estimamos sagrados y por los cuales nos regimos por pingües beneficios que pagan un estilo de vida que no sé qué tan bueno puede ser si se obtiene en esas condiciones; que se permite excluir tan fácil y expeditivamente a sus trabajadores a la primera oportunidad en que la sacrosanta ganancia se ve amenazada, cuando esta mano de obra por cierto constituye el verdadero corazón del emprendimiento humano y la razón de su existencia en primer lugar; que se permite desafiar arrogante, cobarde, subrepticia e impunemente a la Naturaleza, arriesgando el pellejo de todos y de futuras generaciones, a mi juicio lo más vil entre vilezas, pues hablamos de sus propios hijos; que se permite, en definitiva, simplemente excluir, acción que tanto repudio naturalmente nos causa y que, ahora más que nunca, no nos podemos permitir como especie, y que los motiva, dado que el club Quid Pro Quo no puede ser menos que, justamente, exclusivo.
El problema que se suscita respecto de nuestro sistema monetario es que, en aras del libre desarrollo del comercio humano, permite la libre acumulación de riqueza, lo que tenía que convertirse, no me cabe duda, en esta carrera por juntar dinero que ha de arreciar, pues está cerca su fin, el cual supondrá una aterradora dictadura económica. No puede negársele a la megacorporación el derecho a crecer, como se le concede al pequeño y mediano empresario, aún si es a costa de éstos, escenario más que probable, lo que desalienta naturalmente la tan cacareada competencia - concepto éste, supuesto combustible de la estructura, que tanto se pensó redentor y que tiene, a mi entender, serios reparos -, desarticulando por principio al sistema completo. Claro, ¿quién querría y podría competir con gigantes? La lógica indica que sobrevendría un monopolio que nadie podría intervenir, que siempre fue lo que quisimos evitar en primer lugar. 
En este estadio de la Humanidad y a riesgo de ser dramático, creo que estamos llegando a una encrucijada. Tarde o temprano, habrá que afrontar esta cuestión, algo deberá hacerse y una decisión tomarse, una que implique que el espíritu humano ya no transará más con la idea de ser transado.

sábado, 4 de abril de 2009

Cese el fuego

Cambiar la táctica, damas y caballeros, es lo que debemos hacer. Pensar distinto es urgente. Hay que revisar la estrategia con que enfrentamos esta Nomenklatura económica y política que nos rige, reformular el cómo articulamos la crítica y canalizamos el obvio descontento, pues no creo que podamos albergar la esperanza de que vaya a cambiar o siquiera mejorar en lo que nos quede de vida así como vamos. Corremos un gran riesgo dejando pasar tanta canallada junta sin que los responsables ni siquiera sientan ignominia por sus acciones, y obviando el hecho manifiesto de que aquéllas tienen y han tenido lugar aún a pesar de todos los resguardos, sean éstos constitucionales, penales o electorales. Urge cambiar el enfoque. Decretar el cese al fuego. Loables son las intenciones, desinteresadas las voluntades, de todos aquellos que escribimos cartas a los diarios o publicamos humildes notas como ésta, sin más afán que un Chile más justo, denunciando, reflexionando, debatiendo, aportando; pero que, lo confieso, siento que apenas rasguñan la superficie de este sistema monolítico y cerrado, en que los ciudadanos sólo nos limitamos a votar a pedido de los mismos de siempre, en campañas que insultan nuestra inteligencia. No puedo aceptar que nuestro único papel en este maquiavélico entramado sea concurrir a las urnas para manifestar nuestro desaprobación cada cierto número de años, cuando el resultado de la gestión del político cuestionado deja mucho que desear y no se condice ni con el nivel de remuneración ni con la miríada de privilegios que se les granjea para un mejor desempeño. Algunos ni hacen la pega. Semejante despilfarro de recursos estatales no se justifica en un país del tercer mundo, como tampoco lo hace el que los problemas de índole económica, que siempre son obra de unos pocos, sean resueltos por el dinero de todos nosotros, y que, más encima, ellos exijan que se les ayude. Se les está pasando la mano. Nada nuevo bajo el sol.

Es por ello que debemos ser proactivos y colaborar con la autoridad en la resolución de nuestros problemas, siempre y cuando hayamos elegido personas de carne y hueso, probas, íntegras, competentes, y no pequeños dictadorzuelos que creen que su repartición (Ministerio, Servicio, Municipalidad, Dirección) es su parcela de agrado. En esto los partidos políticos han sido nefastos, porque le abren sus puertas a cualquier advenedizo con aires de grandeza, quien, impajaritablemente, se estima preparado para cualquier magistratura, cargo o sinecura, pues su vocación de servicio público está más allá de toda duda y él o ella piensa que merece recompensarla. Cuando las nociones de derecha e izquierda se difuminan, y ya no se trata de optar por una economía de libre mercado o por el Estado de Bienestar, el concepto mismo de partido político como instrumento para defender los principios y posturas políticas se vuelve obsoleto, y éstos se transforman en sólo símiles de un club deportivo de fútbol: todos quieren jugar o aspiran a hacerlo algún día. Estas nuevas tesis que han circulado para defender el intercambio de congresistas fallecidos por otros militantes del mismo partido refuerzan esta idea: no importa si los electores se pronunciaron por un candidato porque confiaban en él, en razón de sus ideas o, simplemente, porque el cartelito que lo promocionaba lo hacía ver honesto, trabajador o tincudo (respecto de las electoras). Es evidente que estas maquinaciones, porque no son otra cosa, violan el espíritu democrático y cualquier sentido de la decencia que la Política alguna vez tuvo, pues las personas no son intercambiables, no son meros cupos pertenecientes a una ideología o, mejor dicho, a una triste ficción que pasa por una. Además, esto desafía la lógica electoral o, en su defecto, el más elemental sentido común: que ocupe la vacante el segundo más votado y ya está. Pero me respetan a la gente y sus decisiones, como tanto les gusta declarar.

Si nuestros denodados esfuerzos por hacernos oír han naufragado lastimosamente, preciso es replantear la forma de objetar y de reclamar por los desaguisados de los personajes en cuestión. Cuando la gente empiece a entender que los políticos no son la solución de sus problemas - porque no es su rol, porque no tienen las capacidades o competencias necesarias y porque no todo pasa por la ley - y se organice cada vez más, cuando haga valer sus opiniones y argumentos, cuando comience a creer en sí misma e instale el respeto como condición sine qua non para la representación popular, este país saldrá adelante, y lo hará por sus propios medios, sin políticos facinerosos ni empresarios codiciosos que no han, en verdad, emprendido nada.



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